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ENTREVISTA

Alberto Montaner, candidato a la RAE: "Opciones tengo, no doy la batalla por perdida"

El filólogo e historiador zaragozano, aspirante a ocupar la silla 'A' frente a Pedro Cátedra, conocerá la decisión de los miembros de la academia el próximo jueves, 8 de junio

L. B. /
El filólogo, escritor e historiador zaragozano Alberto Montaner. / A. M.
icono foto El filólogo, escritor e historiador zaragozano Alberto Montaner. / A. M.

El aragonés Alberto Montaner (Zaragoza, 1963) podría convertirse, en menos de una semana, en miembro de la Real Academia de la Lengua Española (RAE). El filólogo, escritor e historiador zaragozano aspira a ocupar la silla 'A' frente a otro candidato, el andaluz Pedro Cátedra. La duda se resolverá el próximo jueves, 8 de junio, cuando voten los miembros de la institución.

¿Cómo se siente un candidato a ocupar una silla de la RAE?

La verdad es que me siento honradísimo porque, además, los tres proponentes son de categoría: la directora de la Real Academia de la Historia, Carmen Iglesias; un escritor de los más reputados del momento, Luis Mateo Díez; y un filólogo clásico cuyos trabajos manejo desde que era estudiante, Carlos García Gual. Realmente es una satisfacción enorme.

Por otro lado, estoy a la expectativa de ver qué pasa. Si solo hubiera un candidato las cosas suelen estar más claras. Las votaciones en la RAE se ganan por mayoría absoluta. Aunque teóricamente, si uno se presenta solo, la plaza podría quedar desierta igualmente. En este caso somos dos, con lo que la incertidumbre aumenta considerablemente. El otro candidato, Pedro Cátedra, es una persona muy solvente. Tiene un currículum muy sólido. Pero esto no es una oposición, y ahí es donde entran los imponderables. Depende un poco de qué perfil prefieran o de estrategias internas. En principio, el hecho de que el otro aspirante sea potente hace que el resultado sea imprevisible, al menos, desde fuera. Opciones tengo, no doy la batalla por perdida, aunque procuro tomármelo con calma. En cualquier caso, la propuesta ya me llena de satisfacción y me siento muy honrado. 

¿Cuál es el trabajo que se desarrolla dentro de esta institución?

Tradicionalmente, la academia se ha dedicado a dos cosas: al diccionario, que es lo que todo el mundo conoce y que al estar accesible en línea también tiene un número muy elevado de consultas; y luego a la ortografía, que, de vez en cuando, salta a la palestra por cuestiones relacionadas con las tildes. Hasta ahora, la ortografía académica era un asunto que interesaba a gente muy concreta y solamente cuando alguien lanzaba una propuesta de simplificación ortográfica la cosa se removía un poco, pero en terrenos un tanto especializados, porque al conjunto de la sociedad tampoco le importaba demasiado. En esta época, en la que lo del efecto mariposa en el terreno mediático se cumple con bastante frecuencia, si hay una discrepancia entre los académicos y alguien la hace pública acaba teniendo una trascendencia que antes no hubiera tenido. 

Como ha ocurrido recientemente con la tilde de solo.

Exacto. Se han creado facciones fuera de la academia por un asunto ortográfico, digamos, secundario. Si hubiera sido por una cuestión de mayor trascendencia... En el caso de las tildes, incluso gráficamente son una minucia, literalmente hablando. Esto nos debería hacer pensar sobre la manera en la que la propia academia presenta la ortografía. Aunque la institución conserva el viejo lema de 'Limpia, fija y da esplendor', la actitud de la academia ya no es la de ser una especie de cuerpo legislativo de la lengua. Lo que hace ahora en cuanto al diccionario o a la gramática es reconocer lo que está en uso. Puede hacer recomendaciones, sobre todo, con el objetivo de que el español, pese a su gran número de variedades, siga teniendo una unidad esencial y no se produzcan excesivas divergencias. El único reducto normativo actual es la ortografía. Esto tiene sentido porque, si no es unitaria, es un desastre. Por eso, hay que intentar buscar el consenso más amplio posible y las soluciones más claras, aunque cuando la academia dice algo siempre hay posturas a favor y en contra, porque se toca algo que la gente maneja todos los días: la lengua.

¿Y qué opina del lenguaje inclusivo?

Eso forma parte del mismo problema. Ahí hay una cuestión básica y es que el género gramatical es un mecanismo que tienen las lenguas para organizar la concordancia de los elementos. No hay una correlación directa con el sexo biológico o con el género entendido como construcción de una identidad socioafectiva. Las propuestas sobre lenguaje inclusivo se basan en que sí existe este vínculo. Entonces, desde el punto de vista del análisis lingüístico se plantea un problema. Técnicamente hablando, no hay ninguna duda de que el género es una categoría gramatical. Obviamente puede tener una relación referencial en algunos casos, pero no es automática. Introducimos determinados factores de análisis ideológico que pueden ser pertinentes en algunos niveles, pero en otros quizás no. Por eso, hay que intentar pensar sin prejuicios, y creer que modificar la lengua va a provocar inmediatamente un cambio social es problemático. Llevado a unos determinados grados, la utilización del lenguaje inclusivo entra en conflicto con los mecanismos gramaticales básicos de nuestra lengua. Aunque si el lenguaje puede ayudar en algo, mejor intentarlo que no hacerlo. Como en otros terrenos, creo que falta más investigación y sobra activismo. 

¿De dónde le viene la atracción por la filología y la historia?

De la suma de varios factores. En casa de mi abuelo había una biblioteca que, aunque no era enorme, estaba bien nutrida y contaba con algunos elementos interesantes. Por otro lado, mi abuela materna tenía mucha amistad con los guardeses del castillo de Loarre, por lo que se convirtió en una parada habitual. Además, la familia de mi padre tiene casa en Jaca y normalmente veraneábamos allí y hacíamos excursiones recurrentes al monasterio de San Juan de la Peña y visitas al Museo Diocesano. Todo eso creó un caldo de cultivo. Para mí, la Edad Media no era una cosa remota o enigmática, era algo cercano y, por otro lado, sugerente. 

También influyeron cosas circunstanciales, de las que te dejan huella. Con ocho años empezaron a publicar por fascículos 'El príncipe valiente', de Harold Foster, ambientada en la época del rey Arturo, que actuó de refuerzo. Además, en tercero de BUP, el profesor nos encargó un pequeño trabajo y yo decidí hacerlo sobre el 'Cantar de mío Cid'. Seguí trabajando sobre el asunto y, al año siguiente, me presenté y gané el Premio European Philips Contest for Young Scientists and Inventors con 'El Cid: mito y símbolo'. Después de eso, estaba marcado mi destino.