Publicidad
EFECTOS DE LA COVID-19

La pandemia trae más sintecho a las calles de Zaragoza

Aragón Noticias recorre la capital aragonesa para conocer esta realidad de la mano de la ONG Bokatas, que, junto a otras entidades, trabaja sin descanso para ayudar a los sintecho

RAQUEL PLOU /
Pertenencias de una persona sin hogar.
icono foto Pertenencias de una persona sin hogar.

Resulta difícil contar con datos oficiales, pero se estima que alrededor de 500 personas no tienen un hogar en Zaragoza. De ellas y según el último recuento llevado a cabo por Cruz Roja en 2018, unas 120 duermen en la calle y otras acuden a albergues o pisos que les proporcionan algunas entidades. Sin embargo, hay coincidencia entre los colectivos que les atienden: durante la pandemia, esta cifra ha crecido en unas 30 o 40 personas más. Y quienes trabajan con ellos matizan: “Los datos son muy relativos, porque las personas que están en una situación de ocupación no aparecen en los recuentos. Tampoco aquellos que están escondidos en algún local abandonado”.

Aragón Noticias ha recorrido las calles de la capital aragonesa junto a Bokatas, una de las asociaciones que ayuda a este colectivo cada semana y que pretende acabar con el sinhogarismo –neologismo cada vez más común y admitido por la Real Academia de la Lengua, para referirse a la condición de la persona sin hogar–. En este reportaje se han utilizado nombres ficticios, para preservar la identidad de los sintecho.

Bokatas se fundó en 1998 en Madrid y llegó a Zaragoza en 2016. Se dedica a repartir bocadillos a todas las personas que viven en la calle, aunque la comida solamente es la excusa para acercarse a ellas, conocer su historia y ayudarlas en lo que necesiten. Actualmente cuenta con 95 voluntarios en la capital aragonesa, la mayoría de ellos universitarios, que se van turnando y recorren las calles de la ciudad cada noche de martes y jueves.

Normalmente, estos jóvenes atendían a 90 personas sin hogar cada día, pero con la pandemia han llegado a alcanzar las 120. Pedro Casanova, coordinador de Bokatas en Zaragoza, explica que han trabajado muy duro los meses de confinamiento para ayudar a este colectivo, notificar si tenían síntomas de COVID-19 y darles información sobre lo que estaba ocurriendo. De hecho, tuvieron que reducir el número de voluntarios que salían, debido al estado de alarma, y solamente seis personas, con un permiso especial, se encargaban de hacer esta labor, que se alargaba desde las 19:00 h. hasta las 03:00h. “Me encontré muchísima desinformación. Sobre todo porque al segundo día de confinamiento ya no tenían ni idea de lo que estaba pasando. También mucho miedo, porque de repente pasaron de un día de completa normalidad a no ver a nadie por la calle. La situación era agobiante y estresante para ellos, y los recursos bastantes limitados. Yo vi tres multas a personas sin hogar por no estar en su casa, cuando no tenían casa”, cuenta Casanova, quien también muestra alivio por la recuperación de la normalidad poco a poco, lo que les permite volver a esos pequeños grupos de trabajo, formados por entre tres y cuatro personas, que habían establecido antes de la pandemia.

Aunque los sintecho no muestran un perfil específico, Loli Luzón, voluntaria de la asociación, asegura que las personas nuevas que han empezado a ver "sí que son bastante jóvenes. Hay un chico que no llega a los 40, que lleva menos de un mes. Otro de 25 años, que trabajaba en una cristalería y con la pandemia perdió el trabajo. Se quedó sin ingresos ni piso, y se fue a la calle". "Nos agradeció mucho el bocadillo y que alguien se preocupara por él”, describe.

De ruta con los voluntarios de Bokatas

Son las 20:00 horas de la tarde y los voluntarios de la asociación Bokatas comienzan a preparar las bolsas de comida que les llevarán a las personas sin hogar, en una pequeña sala que les cede la Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Un bocadillo, galletas, una pieza de fruta, una botella de agua, y, para quien quiera, un vaso de zumo. Ahora también mascarillas.

Algunos voluntarios preparan los bocadillos.

Alrededor de las 21:00 se dividen en grupos y comienzan su recorrido por la ciudad. En total, nueve rutas que hacen andando, en coche o en bici y que pasan por lugares como el centro, la ribera del Ebro, el parque Bruil, la Puerta del Carmen, la Plaza de Europa, el Portillo o el barrio de Delicias. Acompañamos a Alicia, Patricia y Cristian, tres voluntarios de la ruta cinco –la más larga– que esperan encontrarse con 29 personas sin hogar.

Los voluntarios de la ruta 5 cargan el coche con las bolsas de comida.

Al llegar a la primera parada, en las orillas del río Ebro, Alfonso, les dice a los voluntarios que, “si todo va bien", en unos días ya no estará ahí, porque se halla a punto de conseguir un trabajo. Alfonso reconoce sentirse seguro por la constante vigilancia que la policía hace en esa zona, pero harto y cansado por la complejidad de los procesos cuando se pretende salir de la calle, especialmente tras la crisis económica actual. La ruta continúa y en los alrededores del edificio Trovador se encuentra una veintena de sintechos, ya que es un lugar cercano al Albergue Municipal, donde suelen ir a comer.

Allí está Tomás, español de 65 años y jubilado, quien cuenta que lleva muchos años en la calle. De marzo a mayo de 2020, estuvo en el pabellón de Tenerías, que habilitó el Ayuntamiento de Zaragoza para todas las personas sin hogar de la ciudad, y se muestra muy agradecido por el trato que recibió, aunque reconoce: “No tenía conciencia de lo que estaba pasando fuera”. Al salir de ahí, vivió durante un año en un piso de Las Armas, junto a tres compañeros más, pero los problemas de convivencia lo devolvieron a la calle. Cree que hay muchos pisos y locales vacíos en Zaragoza, que se podrían habilitar para las personas que se encuentran en esta situación.

Tomás ha estado 35 años trabajando y actualmente recibe una pensión. Pero su principal problema, afirma, es “no saber gestionar el dinero”. “Se puede intentar salir de la calle, sí, hay una serie de armas para eso: trabajadores sociales, psicólogos, educadores… pero, por supuesto, tú tienes que querer salir y dar el primer paso, y eso es difícil”, explica. Esta persona sin hogar también denuncia los estereotipos que exhibe la sociedad sobre ellos: “La gente nos llama 'infectados'. Sobre todo ahora, con el coronavirus, te ven con la maleta por la calle y se apartan. También se piensan que todas las personas sin hogar somos el típico señor mayor con barba larga y no es así”.

Alicia y Cristian conversan con Carlos.

Luis, de nacionalidad francesa y de unos 40 años, pasea a tan solo unos metros y comparte la opinión de Tomás. Asegura sentirse discriminado y señalado por las personas, porque, además de no disponer de un hogar, es inmigrante. Carlos, argelino de unos 50 años, cuenta a los voluntarios que ha abandonado a su familia en su país para encontrar una vida mejor en España, pero le resulta muy difícil encontrar un trabajo. Al fondo se ven tres jóvenes –dos hombres y una mujer– que no llegan a los 30 años. Diferentes historias y diferentes circunstancias que les han llevado a la misma situación: vivir en la calle.

00:30 h. de la madrugada. Alicia, Patricia y Cristian terminan la ruta, se despiden de ellos y les desean una buena semana.

Labor de los voluntarios

El entusiasmo, las ganas y la dedicación que muestran las personas que realizan este voluntariado consiguen sacar una sonrisa en todas las personas sin hogar y, para ellos, eso es lo más gratificante.

Alicia lleva desde septiembre de 2017 como voluntaria de la asociación y asegura que le ha "abierto los ojos”, porque, aunque afirma saber que hay personas en la calle, "hasta que no se conocen sus historias no se repara en que es una realidad y en que es mucho más fuerte de lo que parece". "Estoy muy convencida de que quiero luchar para que se acabe el sinhogarismo”, concluye. Patricia, sin embargo, entró a Bokatas hace tan solo unos meses, pero quiere lanzar el mensaje a la sociedad de que “es una realidad muy dura, que puede acabar viviendo cualquier persona. Esto no distingue raza, religión, edad. Son personas que tienen sus historias, sus vidas y que simplemente necesitan un poco de ayuda para poder salir de eso, y es lo que la asociación intenta conseguir. Y sobre todo darles visibilidad”.

Loli, por su parte, reconoce: “A veces es frustrante, porque ves a una persona que lleva tres años en la calle y no sale de ahí, no quiere y tú no puedes hacer nada, pero al final les estamos ayudando a que se sientan parte de la sociedad, no se sientan invisibles y sepan que son igual de válidos que otras personas”.

Fotografías

Fotografías