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Las mujeres tras la evolución de la sociedad pirenaica en el siglo XX

El periodista Sergio Sánchez publica 'Mujeres, migración a la modernidad', en el que recupera los relatos de aquellas a las que historiografía tradicional ha ignorado

ARAGÓN CULTURA /
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A nuestros días han llegado referencias orales y escritas del desplazamiento de las ansotanas a mediados del siglo XIX, para trabajar como jornaleras en la Tierra Plana "esforrachando" lino. En invierno, también viajaban a Mauleón como obreras temporeras en las fábricas de alpargatas. Y en el verano tocaba ir a por propinas a los Balnearios de Tiermas y Panticosa. En definitiva, mujeres migrantes que reflejan la sociedad de la época y de las que poco se habla como motor de cambio.

El periodista Sergio Sánchez Lanaspa salda esta deuda en ‘Mujeres. Migración a la Modernidad’, un volumen de Pirineum Editorial y diseñado por Víctor Gomollón, en el que recoge la historia del siglo XX en el Alto Aragón a través de historias como las de las golondrinas, la giganta de Sallent, las ansotanas vendedoras de té, las guerrilleras o las borregueras que se fueron a California a cuidar de ganado. 

La historiografía tradicional ha ignorado frecuentemente el papel de la mujer como eje vertebrador y motor de cambio social en la historia contemporánea. En el Pirineo aragonés, como en el resto de culturas tradicionales, el factor más importante para el desmoronamiento del sistema social fue el cambio de rol que hasta entonces había desempeñado la mujer, un hecho que derivaría en la despoblación y el abandono posterior

En palabras de Sergio Sánchez, este trabajo "pretende recuperar y poner en valor mujeres y colectivos de mujeres que en la primera mitad del siglo XX consiguieron emanciparse del destino que les aguardaba cuando todo lo tenían en contra".  Para ello, se sirve de artículos –relatos o reportajes- sobre el papel de la mujer en los cambios sociales vividos en España y el Pirineo aragonés en la primera mitad del siglo XX. Un volumen fronterizo –a caballo entre España y Francia- que repasa la historia reciente desde un punto de vista local y femenino. 

Las que migraron a la inversa

“Mujeres. Migración a la modernidad” son las ansotanas vendedora de té que inspiraron a Galdós y a Sorolla; las golondrinas que cruzaban la frontera para trabajar en la industria del piedemonte francés; las emigrantes a América; las maestras durante la guerra civil… pero también nombres propios que hicieron el viaje inverso como los de Anne Lister, Louise Carlé, Violet Alford, Lilí Álvarez o Margalide Le Bondidier. Mujeres de otras tierras que pasaron por el Alto Aragón, dejaron su huella y sirvieron de inspiración para las que allí vivían. 

La rica heredera inglesa Anne Lister pasará a la historia de los Pirineos como la protagonista de la primera ascensión turística en 1838 a la cumbre del macizo del Vignemale, 3.298 metros de nada. También fue la primera mujer en subir al Monte Perdido, 3355 metros. Pero el periodista Sergio Sánchez cuenta que fue la primera en tantas cosas que sus conquistas montañeras “quedan en un anecdótico segundo plano”.

Anne siempre vestía de negro, sus modales eran definidos como “de caballero” y mostró abiertamente su preferencia por las mujeres en los asuntos amorosos. Lo hizo en unos diarios con palabras en lenguaje cifrado en las que combinaba el zodiaco, el alfabeto griego antiguo o signos matemáticos y de puntuación. La serie de la BBC ‘Gentleman Jack’, refleja parte de su historia.

¿Pero qué hacía Anne Lister en el Pirineo? No necesitaba excusa alguna, porque, como heredera de un rico patrimonio y mujer soltera, viajaba por Europa alojándose en lujosos hoteles, refugios de montaña o incluso en su propio carruaje. Sin embargo, lo que la trajo a nuestras montañas fueron los balnearios pirenaicos, básicos en la recuperación de las patologías que sufrían algunos de sus seres allegados, como su tía Lady Stuart o su pareja, Ann Walker.

Mucho se habla de Briet, Carbonnieres, Russell o Wallon, los padres del pirineísmo. Pero ¿y las madres? Este título se le atribuye a Margalide Le Bondidier, que no cultivó el alpinismo pero sí se acercó a la montaña de una forma artística e intelectual. Su marido era registrador de la propiedad y, por avatares de la vida, fue destinado al cantón de Campan en La Bigorra en 1901. Allí, Margalide quedó fascinada por los montañeses y habitantes de la zona. También de sus trajes tradicionales, costumbres y creencias. Aprendió patués e incluso llamó a uno de sus perros Venasque, eso sí, con uve.

Mientras su marido Louis recorría las montañas con propósitos menos prosáicos, Margalide pintaba acuarelas de los paisajes, tomaba fotografías y registraba la experiencia de estas ascensiones en un cuaderno, que quemaría años más tarde sin darnos la posibilidad de curiosearlo.

El matrimonio había desarrollado tal pasión por esas cumbres que, en cuanto la vida les puso a prueba por una serie de avatares, decidieron rehabilitar antiguos hospicios y castillos abandonados para transformarlos en hoteles. Sergio cuenta más detalles en el libro, acompañado además de valiosas fotografías, pero toda esa pasión desembocó en la creación del Museo de los Pirineos de Lourdes, que alberga la mejor biblioteca sobre el Pirineísmo del mundo.

También se rescatan las figuras de la esposa francesa de Fermín Arrudi, el gigante de Sallent, la de la tenista y esquiadora Lilí Álvarez o la de la antropóloga británica Violet Alford, fascinada por el mito de Santa Orosia. 

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Entrevista a Sergio Sánchez y Elena Gusano en 'La Cadiera'
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