'El diputado', la cara B de la Transición en el cine español de los setenta

La transformación que se vivió en España en los años setenta vino propiciada desde diferentes frentes, como fueron el ocio, los nuevos métodos laborales, la progresiva apertura sexual o la publicidad. Y por supuesto, no se debe de olvidar el panorama político, puesto que esta situación tuvo su momento clave con la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975 y, en consecuencia, el fin de la dictadura.  

A ésta le sucedió un proceso lleno de dificultades, dudas y miedos, pero sobre todo expectación ante el futuro más inmediato. El resultado fue una apuesta por un camino intermedio, una transición considerada pacífica y, en numerosas ocasiones, incluso ejemplar. La cercanía temporal con la Guerra Civil y su posterior posguerra fue lo que quizás propició la huida no solo de las soluciones más continuistas, sino también de las más próximas a la revolución.

El cine español en la segunda mitad de los años setenta

La llegada de la democracia no supuso el fin de la censura, que no logró llegar hasta el 11 de noviembre de 1977. Ese decreto fue el que consiguió que películas como El acorazado Potemkin (1925, Sergei M. Eisenstein) o Canciones para después de una guerra (1971, Basilio Martín Patino) pudieran estrenarse.

La tradicional comedia sexy derivó tras la muerte de Franco en el famoso destape, un fenómeno que jugó un papel determinante dentro de la exhibición del cuerpo de la mujer como objeto erótico. Una operación mediática y política que permitió mostrar aquellos cuerpos desnudos que el Régimen se había encargado de cubrir.

Por otro lado, comenzaron a aparecer largometrajes de corte más político, como El apolítico (1977, Mariano Ozores), La vieja memoria (1977, Jaime Camino) o Siete días de enero (1979, Juan Antonio Bardem).

Es decir, durante estos años y como consecuencia del fin de la censura, comenzaron a aparecer películas que, sin duda, habrían sido impensables en fechas anteriores, como El diputado (1978, Eloy de la Iglesia), El sacerdote (1978, Eloy de la Iglesia; el clérigo se siente atraído por una de sus feligresas) o Un hombre llamado Flor de Otoño (1978, Pedro Olea; cuenta la historia de un joven abogado que, al llegar a noche, en un conocido travesti).

El diputado (1978, Eloy de la Iglesia)

La provocación y el compromiso fueron siempre de la mano en los títulos que firmaba Eloy de la Iglesia. Desde su debut en salas comerciales con Algo amargo en la boca (1969), el cineasta se caracterizó por apostar por un cine crítico con la realidad social, denunciando los excesos de la dictadura franquista.

En 1978 se lanzó a dirigir un largometraje en el que el protagonista es un diputado de izquierdas y además, homosexual -la modificación llevada a cabo a la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social hasta 1979). Un planteamiento que ocasionó que fuese clasificada como película “S”.

Se hace referencia a atentados como el de la calle Atocha, en el que murieron cinco abogados laboralistas (24 de enero de 1977), así como a los últimos fusilamientos llevados a cabo en el franquismo.

Además, aparecen imágenes explícitas en las que tienen cabida desnudos integrales en tríos y salvajes orgias acompañadas de todo tipo de drogas. En una de ellas el director incluye una canción del artista Joaquín Carbonell, sacada del cortometraje de Alejo Lorén El otro Luis (1977).

La película contribuyó a crear una imagen desmitificada de la Transición política española, retratando con amargo sentimentalismo algunos de los agujeros negros que todavía arrastraba España tras la muerte del dictador.