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Aragonautas de Fico Ruiz: conocemos a Juan José Laborde

El investigador zaragozano recupera cada semana la historia de un aragonés injustamente olvidado

ARAGÓN CULTURA /
Juan José Laborde y Fico Ruiz
icono foto Juan José Laborde y Fico Ruiz

En el siglo XVIII, los filósofos de la Ilustración habían aupado la Razón a un pedestal del que ya no ha bajado, los artistas volvieron sus miradas hacia la Antigüedad clásica, hubo guerras que convulsionaron continentes y nació un nuevo país, los Estados Unidos de América, que no tardaría en convertirse en señera potencia mundial. En todos y cada uno de esos trascendentes pasos previos al arrebato final tuvo un protagonismo incuestionable, si bien en la sombra, un jacetano llamado Juan José Laborde.

En Europa le dedican tesis, estudios y publicaciones pero en su Aragón natal muy pocos han oído hablar de él. De padres franceses afincados en Jaca, Juan José pasó los primeros diez años de su vida ahí hasta que su padre decidió enviarlo a Bayona. A mediados del siglo XVIII la ciudad francesa despuntaba como uno de los puertos más prósperos y ahí un primo suyo dirigía una compañía marítima de importación y exportación donde entró de aprendiz y, cuando en 1748 falleció su primo, él tomó las riendas del negocio con tan solo 24 años.

Un negocio con el que se hizo dueño de una flota de barcos de pesca que incluía varios balleneros, participó en el comercio transatlántico de materias primas, especias y frutas tropicales, adquirió una gran hacienda en Haití con el fin de cultivar caña de azúcar y hasta se involucró en la trata de esclavos, para dotar sus plantaciones de vigorosos braceros.

En el otoño de 1756 dio comienzo la conocida como Guerra de los Siete Años (1756-1763) y la penuria de fondos del Estado francés para abastecer y sostener a sus ejércitos le llevó a solicitar préstamos a Laborde. Gracias a ello, sólo unas semanas después del inicio del conflicto armado, el jacetano ya ejercía como consejero de la cancillería de Luis XV. 

Sus éxitos no pararon ahí y ni el fallecimiento de Luis XV, en 1774, alejaron a Laborde de la gloria social. En su suntuosa residencia de La Ferté-Vidame recibió con asiduidad a ilustres visitantes. Por ella pasó, por ejemplo, el hermano de la reina María Antonieta, el futuro José II de Austria, el gran reformador y modernizador del Sacro Imperio Germánico; aconsejó en sus inversiones a una heterogénea clientela compuesta por reyes, nobles y burgueses adinerados, entre ellos, Voltaire (con quien llegó a tener bastante complicidad).

Con los años se retiró lo que propició que durante las primeras sacudidas de la Revolución Francesa los insurrectos no le prestaran atención. Pero el 7 de noviembre de 1793 fue arrestado y recluido en el parisiense palacio de Luxemburgo, acusado de haber ayudado al duque de Orleáns a trasladar su colección de arte a Inglaterra, es decir, a evadir capitales al extranjero. Un tribunal revolucionario lo condenó a muerte el 18 de abril de 1794 y ese mismo día, en la plaza de la Concordia, la cabeza del jacetano, separada de su cuerpo por la inclemente guillotina, acabó en un cesto. Tenía setenta años.

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