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ALFABETIZACIÓN

Más de 9.000 aragoneses no saben leer ni escribir

Al analfabetismo tradicional, ya residual, se une el digital, con la irrupción de internet en las actividades y trámites del día a día

ARAGÓN NOTICIAS /
icono foto Una mujer aprende a escribir su nombre en una pizarra.

Al inicio de la Guerra Civil un cuarto de los españoles se consideraba analfabeto. Ir al colegio no fue obligatorio hasta los años 70, lo que explica que, a día de hoy, todavía haya personas que no saben ni leer ni escribir. En Aragón, son más de 9.000. Es una cifra residual, pero el analfabetismo ha sido una lacra en la sociedad española durante décadas. 

Su perfil ha variado. Ya no pertenecen al mundo rural, suelen ser migrantes. Pero lo que tienen en común es cómo cambian sus vida cuando aprenden a juntar las letras. Es el caso de Ángel Roqueta. Salió de las escuela a los seis años. Fue pastor y minero hasta que se dio cuenta de que, sin saber leer ni escribir, no llegaría a ningún sitio y entro voluntario al ejército. "Llegué a Zaragoza y me ponían una calle, miraba el letrero y tenía que preguntar qué calle era, porque no sabía leerla", recuerda. Pero esa situación cambió en apenas medio año: "Yo entré en la mili, y no sabía escribir. Y cuando llevaba seis meses, les mandaba cartas a las novias de mis compañeros".

Pero no se quedó ahí. Sus ganas de aprender le llevaron a estudiar un módulo, tras lo que se sacó todos los carnés de conducir y se compró un camión. 

Como Ángel, cientos de personas aprendieron a leer cuando realizaron el servicio militar obligatorio. "Indudablemente, los primeros que sufrían el problema de no ir a la escuela eran los que eran útiles en el campo o con las ovejas. O cuidaban a sus hermanos o no hay una tradición. Todo era antes que la escuela", explica Víctor Juan, director del Museo Pedagógico de Aragón.

En 1924, la localidad turolense de Jarque de la Val, en el corazón de las Cuencas Mineras, fue declarado como "primer pueblo de España libre de analfabetos", tal y como publicaba la prensa de la época. Un logro que se consiguió gracias al esfuerzo de don Nivardo Royo, un maestro que se empeñó en que todos los vecinos estuvieran formados.  

"Cantidad de gente te dice que lo que ha llegado a ser se lo debe a su maestro. Y, luego, cuando se analiza en el tiempo largo, uno ve que hay cosas que sólo se explican por el compromiso que los maestros tenían, y que tienen", explica el director del Museo Pedagógico.

Hoy en día esa labor de alfabetización en el mundo rural continúa en las escuelas para adultos. Actualmente, Aragón cuenta con 40 centros de este tipo. "En todos los pueblos de aquí alrededor y en el propio Andorra se han tenido alumnos a los que se les ha enseñado a leer y a escribir, y se les ha ayudado a sacarse el graduado escolar", señala Santiago Rodríguez, director de la Escuela de Adultos de Andorra (Teruel).

Las aulas en pueblos pequeños sirven para que la gente salga a aprender, como punto de encuentro, recogida de tradiciones, recetas, cosas que se les ocurra a la gente y sobre todo como punto de aprendizaje. 

Cambia el perfil del alumno analfabeto

En los últimos años el perfil del alumno analfabeto ha cambiado. Cada vez queda menos gente mayor que no ha recibido una educación. Y ahora, son miembros de la comunidad gitana o migrantes los que, habitualmente, son los alumnos de estos centros. Es el caso de María Teresa Quishpe, que ha comenzado el segundo curso de alfabetización de la Fundación Adunare, en Zaragoza.

"De mi país vine sin saber leer ni escribir. Mis padres no me metieron a la escuela porque fueron demasiado pobres. Desde los ocho años he trabajado. Ahora, ya sé poner mi nombre, aunque la lectura sí me resulta dura. Pero tengo que aprender y ser valiente para conseguir un trabajo", comenta esperanzada, sentada en la misma aula en la que aprende gracias a los voluntarios.

"Intentamos que sea una escuela de acogida en la que se sientan a gusto. Hay que tener en cuenta que ellos vienen con una historia personal muy compleja. Es emocionante ver cómo una persona viene y no tiene nada que ver con lo que es cuatro meses después", explica María Pilar Lacueva, profesora en la Fundación Adunare.

Los alumnos que llegan a esas aulas dan pequeños pasos que generan grandes impactos en sus vidas: "Hablar hablo poquito, pero leer me cuesta. Cuando fui al dentista y pude leer 'Cuidado, no tocar', flipé", recuerda emocionada Halima Fatty estudiante en la Fundación. 

La suya es la alegría de quien comprende el mundo que le rodea, porque eso es la alfabetización; interpretar lo que la sociedad nos ofrece. Sin embargo, la vida cada vez avanza más deprisa. Y hay una nueva asignatura que genera analfabetos: la tecnología.



La brecha digital hace que otra vez se repita la historia, pero ahora por no saber leer o escribir en una pantalla. Para ayudar, sobre todo a personas mayores, existen fundaciones especializadas en la alfabetización digital. Es el caso de 'Yayofy', en Zaragoza, donde enseñan a sus alumnos a descargar aplicaciones en el móvil y a hacer trámites electrónicos.

"Para mi es un mundo. Un mundo que no manejaba ni manejo, pero así te vas defendiendo. Es imprescindible", cuenta Enrique Serrano, alumno de los cursos de digitalización.

Y Cynthia Nale, profesora del aula, apunta a que "cuando aprenden, lo saben hacer sin ninguna ayuda, pero hay que darles un empujón digital".

No importa si el analfabetismo es digital o manual, porque mientras queden personas que no puedan comunicarse con el mundo que les rodea quedará mucho trabajo por hacer.