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EN PRIMERA PERSONA

Parosmia: la nueva secuela de la COVID-19

Aitor López padece desde hace cinco semanas este trastorno por el que muchos alimentos le provocan rechazo

TERESA P. ALBERO /
Aitor López / Foto:@alexbascuasphoto
icono foto Aitor López / Foto:@alexbascuasphoto

"Soy súper cafetero y llevo cinco semanas sin tomar café porque me huele y sabe fatal", lamenta Aitor López, un zaragozano diseñador gráfico que, tras pasar la COVID-19, empezó a notar como su gusto y olfato cambiaban drásticamente, es lo que se denomina parosmia. "Pillé el virus a mediados de julio y lo noté porque perdí el gusto y el olfato", recuerda. De aquello hace cinco meses, pero hace unas semanas se sorprendió al ver que las secuelas de la enfermedad llegaban cuatro meses después

"Después de la COVID fui recuperando poco a poco el gusto, pero el olfato lo tenía al 10% o el 20%. No lo recuperaba", señala Aitor, quien no sabe cómo ni dónde se contagió. "Necesitaba tener algo muy muy cerca para olerlo. No notaba ni el olor del tabaco cuando alguien fumaba a mi lado", cuenta. Pero hace un mes y una semana recuperó el olfato, aunque no de la forma que le hubiera gustado: "Al principio notaba una mezcla de olor entre humo y podrido", un olor que, asegura, "nunca antes había experimentado, era como si determinadas cosas olieran a carne podrida y a ácido", recuerda.

La deformación en el olfato se trasladó también al sentido del gusto. "Las proteínas -huevo, pescado y carne-, el ajo, la cebolla, las hierbas aromáticas, la menta o la hierbabuena, no podía ni probarlas", comenta. A esa lista se suma también el café, una bebida que le gusta "muchísimo" y que, a día de hoy, todavía no puede tomar. 

"Entre las secuelas más frecuentes del coronavirus están la disnea, astenia, malestar general, cefaleas, cambios neurológicos y a nivel cognitivo, como es la niebla mental, las pérdidas momentáneas de memoria, palpitaciones, diarreas...", explica Asun Gracia, vocal de la Asociación de Médicos Generales y de Familia.

"Es una secuela del virus, pero no hay solución"

"Vi muy limitada mi alimentación", señala, "todo me sabía y olía igual de mal. No había matices". Una situación que le llevó a visitar a su médico de Atención Primaria: "Me dijo que era una secuela del coronavirus, pero que no había nada que hacer. Me comentó que había un tratamiento con corticoides, pero no me lo recetó. Me dio vitamina B", cuenta Aitor López. 

El de este zaragozano de 33 años no es un caso aislado, varias investigaciones, como la de la Universidad de Harvard publicada en la prestigiosa revista científica 'Science Advance', apuntan a que la COVID-19 daña las células de soporte de las neuronas olfativas, lo que provoca una distorsión en cómo la persona percibe un determinado olor. La evidencia científica explica que la parosmia -nombre de esta enfermedad- ocurre cuando el olfato percibe de forma aislada algunos compuestos determinados de una sustancia que tiene un olor desagradable, llegando, incluso, a intensificarlo.

"Hay casos de parosmia, que es una distorsión del gusto y el olfato. Lo más frecuente es la pérdida de gusto y olfato. Más del 85% se recupera pasados seis meses. Casos de COVID-19 con esta secuela no he visto porque suelen ser casos muy aislados. No es habitual", la vocal de la Asociación de Médicos Generales y de Familia.

En base a dichos estudios, su médico le recomendó también acudir a terapia de neuroestimulación para reeducar su cerebro y recuperar la conexión entre este y el olfato. Por su cuenta, Aitor trató de modificar su percepción de olores como el del clavo, el eucalipto, el café, el vinagre y la rosa. "Iba oliendo cada cosa y trataba de recordar cómo me olían antes, pero es muy difícil. ¿Cómo puedes recordar un olor cuando lo que tienes delante te huele a podrido?", se pregunta. 

La doctora Asun Gracia señala que los efectos que deja la COVID en las personas que han pasado la enfermedad son diversos y, en muchas ocasiones, responden a grupos de edad. "Hay dos grandes perfiles de pacientes: los que tienen secuelas y estuvieron graves e ingresados, y tienen las secuelas del virus, como una cicatriz que ha dejado en el cuerpo una neumonía bilateral. Por otro lado, tenemos a los pacientes con COVID persistente, que generalmente son personas jóvenes, con una edad media de 40 años, en su mayoría mujeres y que previamente estaban sanas. Suele coincidir que pasaron la enfermedad de forma leve o moderada", explica. 

El mal olor y sabor le obligó a dejar de fumar

En la última categoría, la de COVID persistente, podría catalogarse el caso de Aitor. Dos semanas después de comenzar con la parosmia fue recuperando el olfato y el gusto de algunos alimentos. "Me hacía una tortilla y añadía algún alimento que me gustase para poder comérmelo", relata. De esa forma, con paciencia pudo volver a disfrutar de los sabores que recordaba

Su olfato y gusto se están recuperando, pero todavía hay alimentos y bebidas que no puede consumir: "El tomate frito industrial me sabe un poco mal. La cerveza me sabe metálica y la Coca-Cola también", señala. Los cítricos y el tabaco le sabían, y saben, "fatal", tanto que el mal olor y sabor llegó a hacer que dejase de fumar, un efecto rebote que Aitor celebra. 

"Ahora es más llevadero y conforme voy comiendo me sabe mejor, pero la primera y segunda vez me sabían muy mal", recuerda.