Publicidad
CULTURA

La sala Creedence se reinventa como escuela para los amantes de la música en vivo

El local zaragozano de conciertos mantiene por segundo año sus aulas formativas en las que músicos titulados imparten clases de batería, bajo, guitarra eléctrica o canto

ALBERTO RILLO /
El profesor Carlos Montull apunta a la cámara con su bajo en presencia de dos de sus alumnos durante una sesión de combo.
icono foto El profesor Carlos Montull apunta a la cámara con su bajo en presencia de dos de sus alumnos durante una sesión de combo.

La Sala de conciertos Creedence de Zaragoza mantiene por segundo año su escuela de música moderna como una apuesta para acercar el público a la música en vivo, ahora que el ocio nocturno recupera el vuelo con el final de las limitaciones horarias y de aforo desde este pasado viernes. 

Nacida como vía de escape y subsistencia frente a las dificultades provocadas por la pandemia, la ‘Creedence Sound School’ reclutó como profesores a un grupo de músicos, la mayoría con grados superiores en la materia. Además, reconvirtió los camerinos en aulas de voz y canto, bajo y guitarra acústica y exprimió el ‘backline’ en escenario, dedicado este a trabajar con la percusión. 

“Tenía muy claro que la escuela debía funcionar con gente dedicada a la música en directo y, por ello, contamos con profesores de formaciones de jazz, de 'heavy metal' o que trabajan en orquestas. Queríamos que todos ellos transmitieran esa sensación de tocar en directo y que el alumno dijera: voy a un concierto de mi profe o voy a ver a ese cantante que me da clases de voz”, explica el Mike Ramón, programador y gerente de la sala Creedence. 

Su propuesta ha convencido a más de 40 alumnos de todas las edades que, cada semana, acuden al local a tocar un instrumento o a trabajar la voz. “Estamos encantados de la vida, la verdad”, reconoce el promotor.  

Al local acuden aprendices que van desde los siete hasta los más de 60 años. “Es un gozo total el ver gente tan menuda que está en clase de batería y de guitarra eléctrica, en teclado o el ver a gente veterana que ahora, de repente, quiere aprender a tocar un bajo o una guitarra eléctrica. Tenemos gente muy novel que ha cogido verdadera pasión por las clases y ahora se ha apuntado a las clases de combo para tocar pequeñas piezas con una formación al uso. Es muy gratificante”, alaba. 

Y da lo mismo que no levanten cuatro palmos del suelo o que peinen canas hace tiempo. "La música transmite unas emociones que permiten un aprendizaje más fluido, por lo que importa más el oído o el ritmo que la capacidad de retentiva", explica. 

El público, alimento de las salas

En la cabeza del impulsor de la Creedence no deja de sonar la cantinela nada molesta del público. Ese vocerío de las salas llenas que se torna en murmullo expectante cuando se apagan las luces hasta que los focos del escenario desatan el júbilo frente al artista consagrado o los tímidos aplausos ante el perfecto desconocido.

Ramón estima que esos alumnos son "el público", el "caldo de cultivo" necesario para mantener en pie las salas de música, para descubrir y arropar a los artistas emergentes y disfrutar de los ya consolidados. 

Pero esa audiencia, apunta Ramón, necesita de un "relevo generacional". "Es la gran lucha de las salas, en muchos conciertos tenemos un público 'viejuno', y debemos pelear por la búsqueda de nuevos".

Así, el programador de la Creedence menciona el espacio reservado a las músicas urbanas, la referencia que durante muchos años ha sido Zaragoza para tendencias como el hip hop y el rap, su distinción como "la ciudad que más conciertos ofrece en salas pequeñas por encima de Madrid y Barcelona", y los problemas que la legislación pone para que los menores se acerquen a las salas. 

"Tenemos que formar al público desde abajo, desde los 14, 15 o 16 años. Hay que acercarlos a las salas de conciertos para que vivan esa experiencia del directo porque cuando lo hacen con 18 o 19 años ya están con otro concepto de ocio y diversión", defiende.  

Los jóvenes y sus gustos rompedores

Un empeño que puede darse de bruces con el abismo de los nuevos gustos musicales, que parecen haber arrumbado los instrumentos, formaciones y estilos musicales de toda la vida. "Debemos escuchar, asimilar y empezar a compartir músicas similares e intentar venderles la música de siempre porque para ellos realmente va a ser nueva. Pero, para ello, necesitamos programas de acercamiento o no regeneraremos el público", advierte. No en vano, hace memoria: "Tampoco hay que llevarse las manos a la cabeza por lo que se escucha ahora porque nosotros hemos tenido épocas muy curiosas en la música en los 80 y los 90".

El horizonte de las salas de conciertos aparece nuevamente despejado tras la supresión este pasado viernes de las restricciones de horarios, aforos y uso de las barras. Atrás quedan los distintos pasos escalonados o los conciertos “a pérdidas” organizados solo por “estar ahí”.  

Ahora la Creedence mira ya al próximo día 12 de febrero, fecha en la que 'Correcaminos Rock and Roll Band' derrochará toda su energía guitarrera sobre un escenario que añora noches como la vivida en aquel mundo prepandemia, cuando 'Capitán Bombay' "se vació" durante dos horas y media y "puso la sala en pie", demostrando que la química generada por los artistas y el público en una actuación en vivo es algo único.  

Guardado en...

Sala Creedence ocio nocturno