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COMUNICACIÓN POR CARTA

El sello postal o la posdata ¿resisten o solo es romanticismo?

El precio de las estampillas ha aumentado casi un 80% en los últimos siete años, al tiempo que los estancos aragoneses afirman que su venta ha caído en picado. ¿Quién manda cartas ahora?

SILVIA ROMEO /
Cartas pertenecientes a la familia Gascón Gracia.
icono foto Cartas pertenecientes a la familia Gascón Gracia.

La vida del sello postal es centenaria, pero su uso apenas ha cambiado desde su creación. Sí la frecuencia. Empezó como un elemento imprescindible para que la comunicación entre dos personas físicamente distanciadas fuera posible, y en los últimos años se ha convertido en algo prácticamente relegado al romanticismo, porque ¿es igual de apasionado terminar un mensaje con un 'posdata: te quiero' que un emoticono que lanza un corazón? Los estancos aragoneses afirman que su venta ha caído en picado en la última década y algunos, incluso, se replantean dejar de comprarlos porque dicen que no les merece la pena.  

La familia Gascón Gracia, oscense de origen pero afincada en Zaragoza desde hace más de medio siglo, es un reflejo de la evolución de las también llamadas 'estampas' o 'timbres'. Luciana, de 78 años, recuerda recibir cartas de joven de su actual marido cuando él estaba en el servicio militar. "Como no sabía escribir se las redactaba un compañero, y según lo poeta que fuera, eran más bonitas o menos", cuenta. Igualmente, su hija Ana María, de 45, utilizaba el servicio postal para enviar su currículum a empresas y para cartearse con un novio de Alicante. "Era muy 'majico' porque esperaba nerviosa durante la semana que podía tardar en llegarme su respuesta. Se me hacía eterno", relata. Una tradición que con casi toda seguridad no vivirá la nieta, Alma, de 7 años, quien reconoce "no tener muy claro" para qué sirve la posdata.

En la actualidad, el principal comprador de sellos es el turista o el autónomo. "Lo que más vendemos es a talleres o a pequeñas empresas para mandar facturas, que vienen y piden 100 o 500 sellos de golpe. Ventas de calle, de vender un sello suelto, prácticamente nada", apunta María Sanz, propietaria del estanco 'Sanz', en Huesca. En su caso, calcula que venden unos mil sellos al mes, lo que supone en su facturación una ganancia "mínima".

La situación se repite en Zaragoza y en Teruel. En el estanco 'El Pilar' de la capital aragonesa cuentan que, por su ubicación próxima a la basílica, quienes compran estampas son visitantes europeos de una edad superior a los 50. Principalmente, franceses, alemanes e ingleses. "Hay algunos, muy pocos, que son españoles y que notas que vienen de Cataluña o Galicia. Vienen porque quieren enviar una postal, y directamente compran sello y sobre", agrega una de las responsables, para terminar diciendo que la pandemia del coronavirus ha reducido todavía más la venta porque "si hay menos extranjeros, hay menos clientes".

Por su parte, en el estanco 'El Rabal' de Teruel especifican que venden el 1% de los sellos que podían vender hace diez años, cuando la demanda principal se producía en Navidad. "Entonces se vendían muchos. Venía la típica tía o abuela a comprar 200 sellos para mandar felicitaciones a la familia de fuera. Ahora, estoy casi decidido a no comprar yo para ponerlos a la venta", señala Antonio González, trabajador del establecimiento.

Desde Correos achacan esta disminución del uso del sello a "cambios sociales", marcados principalmente por los avances tecnológicos. Por contra, indican que perciben en su día a día un notable incremento del envío de paquetería, la mayor parte procedente del comercio electrónico. Fuentes de la compañía especifican que Correos está ampliando cada vez más sus servicios, ofreciendo la posibilidad de realizar pagos de recibos, adquirir los distintivos medioambientales de la DGT o ingresar dinero en la cuenta bancaria. Todo, con el objetivo de prestar "el mejor servicio posible".

Sellos que valen desde 0,75 a millones de euros

El valor de un sello está estipulado y es el mismo en todo el territorio nacional. Su precio varía según el lugar de destino y el peso del contenido a transportar. En estos momentos, mandar una carta o una tarjeta postal convencional, de hasta veinte gramos de peso y que no salga del país, cuesta 0,75 euros. Casi un 8% más que en diciembre de 2021.

Pero la de este año no es la única subida de precio que han sufrido las estampas. En 2021, los precios para el envío nacional de cartas aumentaron un 7,7%, después de que se incrementasen un 8,3% en 2020, un 9% en 2019, un 10% en 2018, un 11,1% en 2017, un 7,14% en 2016 y un 10,5% en 2015. En definitiva, desde 2015 el aumento llega al 79%, cuando costaban 0,42 euros.

A este respecto, Correos defiende que, con esta tarifa, España sigue figurando entre los países de la Unión Europea con las tarifas postales más económicas, con una diferencia de 11 céntimos por envío respecto a la tarifa media europea en 2021, que es de 0,86 euros.

En el lado opuesto al sello convencional se encuentra el sello de coleccionista. Los aficionados a la filatelia, actividad que engloba la recopilación de sellos, sobres y otros documentos postales, así como el estudio de su historia, pueden llegar a pagar miles e incluso millones de euros para conseguir una estampa concreta. En estos casos, se valora el estado del sello, su diseño y la cantidad del mismo que circule todavía en el mundo. Uno de los considerados más caros de la historia es el único superviviente de una reducida serie que se imprimió a mediados del siglo XIX en la Guayana Británica.