Publicidad
HISTORIA

El papa Luna: el aragonés que se enfrentó a la Iglesia

El pontífice, nacido en Illueca, formó parte de los acontecimientos más importantes de su época, como el Compromiso de Caspe o el cisma de occidente

ARAGÓN NOTICIAS /
icono foto Busto del Papa Luna.

Pedro Martínez de Luna, más conocido como Benedicto XIII o papa Luna, es uno de los aragoneses con mayor proyección universal. A pesar de ello, sigue siendo un gran desconocido. Fue protagonista del paso de la Edad Media al Renacimiento en Europa y, a día de hoy,  todavía es considerado por la Iglesia como un antipapa y hereje.

Es el aragonés que más poder ha tenido. Llegó a ser el máximo representante de la Iglesia católica y vivió en un lugar de excepción los principales hechos políticos de su tiempo. Intelectual, mecenas, perteneciente a una de las familias más ricas de Aragón, hizo de la resistencia su lema de vida, tanto que la expresión "mantenerse en sus 13" se debe a él.

Aunque no está claro cuándo nació, si en el año 1328 o en 1342, sí se sabe dónde, en Illueca, concretamente, en el palacio de los Luna. La familia fue una de las más importantes del reino, tras ser los grandes valedores de la corona de los reyes aragoneses. 

Pronto, Pedro Martínez de Luna descubrió su amor por el estudio, lo que llevó a licenciarse en Teología y en Derecho Canónico en la Universidad de Montpellier. Muy cerca de allí, Avignon era, desde hacía unos años, el nuevo Vaticano. Los papas se habían trasladado allí por seguridad.

Poco después, Gregorio XI ordena a Luna cardenal, en 1375, y el Papa Gregorio decide que la sede papal vuelva a Roma, momento en el que comienzan los problemas. "Muere enseguida y cuando se está produciendo la elección del nuevo Papa, el pueblo de Roma asalta las estancias del papado y persiguen y hieren a cardenales. No quieren un Papa francés. Quieren un papa romano o italiano. Razón por la que acaban eligiendo a Urbano VI", explica el doctor en Historia, Domingo Buesa. 

Cráneo del Papa Luna. 

En Roma se dice que ha habido evidentes presiones en la elección y se hace un segundo cónclave para elegir otro papa. El elegido será Clemente VII, que vuelve a la Sede papal de Avignon, aunque el de Roma no dimite. Nace así el cisma de occidente, uno de las crisis más grandes de la cristiandad.

El cardenal Pedro Martínez de Luna estuvo en esas votaciones y, basándose en su conocimiento legal, apoya a Clemente VII. Cuando este muere en Aviñón, en 1394, el aragonés es elegido, casi por unanimidad, como nuevo Papa, cumpliendo todas las normas canónicas y pasando a ser Benedicto XIII.

Cuando el papa Luna llegó a Peñíscola, con el apoyo del rey de Aragón, se puso de inmediato a trabajar para recuperar su objetivo: que la cristiandad tuviera un único máximo representante en la tierra, y no dos.

A lo largo de su papado firmó 16.000 bulas con normas que él dictaba. En ellas, por ejemplo, apoyó universidades como la de Salamanca, la de Saint Andrews en Escocia o un estudio general en Calatayud.

Benedicto XIII poseía una de las mayores bibliotecas personales del mundo en ese momento, con más de 2.000 libros, que se trasladaban con él. Amante de la cultura, fue un importante mecenas. Durante unos años fue también Arzobispo de Zaragoza, y, como tal, participó en el Compromiso de Caspe, el encuentro que tenía que decidir quién sería el nuevo rey de Aragón. El papa Luna fue decisivo en que los Trastámara, amigos suyos, fueran la dinastía que se quedara con la Corona aragonesa. El concilio de Constanza, que pretendía solucionar la situación, lo consideró antipapa y hereje.

"Hay 30 antipapas en la historia de la Iglesia", comenta Buesa: "Es simplemente la persona que no acata las órdenes de la iglesia corporativamente manifestadas a través de Roma. El rey de Francia le va persiguiendo y lo intentan envenenar. Los otros papas intentan que muera como sea para cerrar el problema. No se enfrentan con un papa tozudo, sino con un gran jurista, un gran conocedor del derecho canónico y, por lo tanto, con él no hay más remedio que matarlo, porque por medio de la razón o la discusión no se va a poder".

Desde Peñíscola vio cómo los años pasaban e iba perdiendo apoyos. Con menos financiación e intentos de envenenamiento, Pedro Martínez de Luna consiguió lo que pocos en su época: sobrevivir hasta los 90 años.