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LABOR SOCIAL

Las 'colas del hambre': mucho más que un plato de comida

Más de 200 personas pasan a diario por la parroquia de Nuestra Señora del Carmen (Zaragoza) en busca de alimento. La pandemia dificulta la labor de los comedores sociales

TERESA PÉREZ /
icono foto 'Colas del hambre' a las puertas de la Parroquia del Carmen, en Zaragoza.

El ir y venir de los viandantes, el ajetreo de las calles céntricas y el ruido del tráfico parecen no existir en las calles que rodean a la iglesia parroquial Nuestra Señora del Carmen, en Zaragoza. Allí, todos los días, a las 8:00 h., se dan cita un grupo reducido de personas, casi todas con un elemento común: una bolsa, en la que atesoran sus pertenencias. Pacientemente esperan, guardando un escrupuloso orden de fila, hasta que a las 13:00 h., las puertas laterales de la parroquia se abren y comienza el reparto de comida. Son las denominadas 'colas del hambre', puntos en los que, diariamente, se reparten alimentos cocinados para personas sin recursos o en situación vulnerable

Aguardando pacientemente su turno está Carlos Pinto. Llegó a Zaragoza en plena pandemia. "Hace ya más de un año", dice haciendo cálculos, sorprendido por todo el tiempo que lleva ya en la capital aragonesa. Cuando se quedó sin empleo en Murcia, donde trabajaba como temporero, decidió viajar hasta Huesca, donde le habían dicho que podría trabajar, pero el confinamiento perimetral de la ciudad le impidió salir de Zaragoza. "El coronavirus ha fastidiado todo", dice, cambiando su expresión alegre por una más nostálgica: "Me quedé sin nada, sin recursos, sin dinero, en la calle", apunta, aunque no pierde la esperanza de que su situación mejore: "Aquí estoy luchando por la vida y trabajando".

Antes de que la COVID-19 golpease, el centro ponía a disposición de los usuarios un comedor en el que podían compartir no solo comida, sino también un rato de charla, además de contar con un techo, algo de lo que no todos disfrutan de forma habitual. Con la pandemia, se vieron obligados a reducir el aforo, pasando de 170 personas, a poco más de una veintena. "Ahora, por seguridad, solo lo usan aquellos que duermen en la calle o que tienen una situación más precaria", señala Ramón Maneu, delegado parroquial de la Obra Social. 


"El coronavirus lo ha fastidiado todo, pero estoy luchando por la vida"


La situación, lejos de reducir su actividad, la ha intensificado, al igual que sus ganas de seguir ayudando. Al no poder hacer uso de las instalaciones, han optado por envasar la comida y repartirla en bolsas individuales a las más de 230 personas que, diariamente, pasan por el comedor de la iglesia. "En los últimos cinco o seis meses, se ha notado un repunte. Gente que parecía que había salido del problema, ha vuelto a necesitar nuestra aportación", apunta Rafael López, uno de los 20 voluntarios que colaboran de forma altruista.

Rafael acude a la parroquia de lunes a viernes, una hora y media diaria, para ayudar en el reparto de las bolsas de comida. Su labor es la de socializar. Cuando las puertas se abren, aparece una mesa plagada de cajas con bolsas y varios voluntarios con las primeras raciones de comida en las manos. El trabajo de Rafael no es ese. Él está en la calle, saludando uno a uno a todos las personas que guardan fila. Les conoce por su nombre, les pregunta cómo están, por su familia o algún amigo, o por cómo va la búsqueda de empleo. "Aquí no solo damos de comer, también intentamos involucrarnos y dar una palabra de aliento y ánimo, que socialicen", señala.

"Desde el primer día que llegué a Zaragoza me han cuidado, me han tratado bien y me han ayudado en lo que han podido", dice Carlos, después de recibir su lote de comida. "Antes estaba un poco rebotado y recorría la ciudad, andaba mucho, para salir y despejarme. Ahora, ya no lo hago, estoy más asentado", comenta reviviendo aquellos días.

"Les damos una tarjeta mensual para que vengan a por la comida, pero eso no significa que solo puedan venir un mes. La tarjeta nos sirve para que, al menos, una vez al mes, al renovarla, les vea la trabajadora social", explica el padre Ramón. De esta forma, todos los usuarios tienen un seguimiento de su estado de salud, se les facilita ropa y mascarillas, si lo necesitan, y tienen un espacio en el que poder buscar ayuda.

Llama la atención que en la larga cola que rodea la iglesia, apenas se cuenten un puñado de mujeres. En la parroquia estiman que el 90% de las personas que pasan por el comedor son hombres, aunque la pandemia ha hecho aumentar la presencia femenina entre un 15 y un 18%. "Muchas eran trabajadoras del hogar y cuidadoras de ancianos, y con el virus, perdieron su trabajo. A esto hay que sumar que muchas cobran en negro", lo que las hace más vulnerables, recuerda el párroco. 

Pero no solo aumenta el número de mujeres en situación de precariedad, también el de jóvenes migrantes. "La mayoría son marroquíes, que llegaron como menas -menores no acompañados- y a los que al cumplir los 18 años se les deja de ayudar en las instituciones y necesitan ayuda para salir adelante", explica.