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DÍA INTERNACIONAL

Los guardianes de los museos: trabajadores 'invisibles' que nos permiten ver y disfrutar del arte

Conservadores, restauradores y personal auxiliar se encargan de mantener las colecciones y ampliarlas así como de atender a los visitantes y gestionar los museos

RAQUEL PLOU / MADALINA PANTI /
Nerea Díez de Pinos y Carmen Gallego Vázquez, conservadoras-restauradoras de bienes culturales. Fuente: José Garrido (Museo de Zaragoza)
icono foto Nerea Díez de Pinos y Carmen Gallego Vázquez, conservadoras-restauradoras de bienes culturales. Fuente: José Garrido (Museo de Zaragoza)

Aragón cuenta con 80 museos y colecciones museográficas, según datos del Instituto Aragonés de Estadística de 2020, últimos disponibles. El año previo a la pandemia recibieron 1.229.214 visitantes y la media por museo era de 16.611. En ellos trabajan 515 personas contratadas, el 43,9% a tiempo completo. Su labor es fundamental para que los museos estén en perfecto estado para la visita, pero también para conservar y cuidar el valioso patrimonio que albergan. En este Día Internacional de los Museos, hemos querido acercarnos a conocer un poco más a las personas que cuidan de los museos.

Para ello, nos hemos ido al Museo de Zaragoza, el museo más extenso de toda la Comunidad. Desde el objeto más antiguo fabricado por el ser humano hasta monedas de diferentes imperios, cuadros de Francisco de Goya, las últimas obras de arte contemporáneo, etc. Cuenta con colecciones de pintura, bellas artes, etnología y arqueología, por lo que la riqueza cultural que alberga es muy amplia. 

Además, desde su apertura hace casi 175 años no ha dejado de crecer gracias a la compra, donación o depósito de piezas tanto de particulares como de instituciones, lo que ha hecho que ya supere los tres millones de objetos, de los cuales solo se exponen una mínima parte. Y, precisamente, para que el público pueda disfrutar de todas estas obras de arte existe un equipo multidisciplinar que trabaja intensamente y de manera coordinada.

Indagar en el pasado

Actualmente el Museo de Zaragoza cuenta con dos conservadores, uno en el área de bellas artes y otro en el de arqueología, quienes se encargan del mantenimiento y conservación de las piezas -tanto de las expuestas como de las del fondo-. Las investigan y documentan, estudian los procedimientos o técnicas con las que intervenir y luego se coordinan con el restaurador, quien, a través de estas directrices, actúa de forma directa.

José Fabre, el conservador de arqueología, asegura que todos los años entran decenas de intervenciones arqueológicas al museo, bien por donaciones o fruto de las prospecciones y excavaciones que se desarrollan por parte de la universidad y estamentos de investigación. “Nos llegan fragmentos de esculturas, elementos de construcción, monedas, cerámica, objetos de metal... que vienen en distintos estados de conservación y ahí es cuando entra el juego el papel del conservador, para valorar si tiene que pasar por el taller de restauración”, apunta.

También se encargan de la preparación de las exposiciones temporales, préstamos, conferencias… Marisa Arguis es la conservadora de bellas artes. Lleva 20 años trabajando en este espacio. Reconoce que preparar una nueva exposición es “muy interesante” y, al mismo tiempo, “algo agobiante” porque “no se puede escapar el más mínimo detalle”. “Hay una labor de investigación muy profunda alrededor de todas las piezas que queremos sacar, qué discurso museográfico van a llevar, cómo se van a exponer, cuál va a ser la metodología que se va a emplear, cuál es la didáctica que vamos a llevar a cabo, a qué tipo de público está dirigido, las cartelas explicativas que acompañan a las piezas… y luego todo el trabajo mecánico, de montaje”, explica.

Para Fabre, seleccionar las piezas que pasan a ser expuestas al público es una de las tareas que requieren mayor dificultad: “Un porcentaje pequeñísimo de lo que nosotros custodiamos es lo que se presenta en la vitrina. Es una selección compleja, porque son muchísimos fondos. Elegimos los que trasmiten más por belleza, por sus características técnicas, por su rareza…”.

Ambos conservadores cuentan, además, con un equipo de facultativos técnicos que apoyan los diferentes departamentos y realizan labores de comunicación, educación o difusión.

Una de las cosas de las que más disfruta Arguis es de las aportaciones de la gente, de su generosidad. “Ha sido muy bonito ver cómo la sociedad se involucra con el arte, más de lo que parece, pero pienso que todavía hace falta que vengan más”, matiza. Por su parte, Fabre, recuerda con gran satisfacción el momento en el que recibieron los cascos celtibéricos de la comarca del Aranda. “Ha sido muy gratificante poder incorporarlos al discurso expositivo del museo y aplicarles las analíticas y los procesos de conservación necesarios para poder ser presentados, explicados y difundidos con total rigor, contando toda su historia”, concluye.

Personal del Museo de Zaragoza. Fuente: José Garrido.

Del despacho al taller

Y, aunque a veces pueda confundirse, el trabajo que llevan a cabo los restauradores dista del de los conservadores. Carmen Gallego lleva más de tres décadas dedicándose a este oficio. Es la restauradora especializada en pintura del Museo de Zaragoza, labor que desempeña junto a sus compañeros José Antonio Rodríguez -orientado hacia el área de arqueología- y Nerea Díez de Pinos -hacia la documentación gráfica-.

Su labor consiste en restaurar y limpiar las obras, pero también en la conservación preventiva. “Atendemos las piezas para que se conserven y se mantengan bien expuestas o almacenadas. Regulamos que la exposición sea adecuada, que tenga buena iluminación y que la temperatura o la humedad sean las idóneas”, señala. 

El primer paso es el examen visual y la realización de la documentación fotográfica. En virtud del estado de la obra se determina el tratamiento a realizar: “Una de las máximas que tenemos es que siempre tiene que ser la mínima intervención. Se huye de las restauraciones completas y se procura que la obra que intervenimos no se vuelva a intervenir, aunque las revisamos”.

El tiempo en esta profesión no entiende de reglas porque cada obra es única y puede llevar días o meses restaurarla. Gallego echa la vista atrás y recuerda el caso del retablo de Blesa. Con 19 piezas se ha convertido en una obra emblemática, expuesta en el museo, pero que ha llevado casi 18 años de trabajo: “La primera intervención empezó en el año 1991 y la última se completó en el 2009. Con temporadas de cierre del museo y que no se ha podido ver, han sido muchos años de trabajo y mucha gente que ha intervenido en ella”. Lo que más le gusta a esta restauradora de su oficio es la oportunidad de "ver piezas únicas" y "seguir aprendiendo".

José Antonio Rodríguez, conservador-restaurador de bienes culturales, especialidad arqueología. Fuente: José Garrido (Museo de Zaragoza)

La cara visible del museo

Otro equipo imprescindible para que el engranaje del museo funcione a la perfección es el personal de servicios auxiliares, formado por 14 personas. Al entrar, posiblemente una de las primeras cosas que encontremos sea la amabilidad y la cortesía de Mar Ibáñez. Desde hace 17 años se encarga de abrir y cerrar el museo tanto al personal como al público, de las tareas administrativas y, sobre todo, de atender las dudas de quienes lo visitan. “Atendemos con cariño, como nos gusta que nos traten a nosotros. No suele haber problemas, es un ambiente muy tranquilo y agradable”, recalca. 

Entre semana suelen recibir la visita de grupos concertados de colegios o excursiones de fuera de Zaragoza y los fines de semana es cuando tienen gran afluencia con visitas individuales y familias con niños porque, como dice, "hay visitas guiadas y teatralizadas y también muchos extranjeros y mucha gente de Madrid o Barcelona que, por la cercanía, vienen a pasar el día”. Además, entre risas señala que los fines de semana son las únicas personas que están: “No viene el director, venimos nosotros. Sin nosotros esto no funciona, somos las hormigas del museo”.

El arte, una profesión vocacional

El Museo de Zaragoza también es un punto de referencia para la formación. Marcos Sierra es estudiante de un máster especializado en gestión del patrimonio cultural y ha elegido las instalaciones del museo para realizar sus prácticas durante los meses de abril, mayo y junio. “Me llama mucho el tema de los museos, la gestión del patrimonio también tiene que ver porque es donde están los bienes. Además, es un ámbito que hay que tener muy en cuenta para poner en valor porque es algo que está bastante olvidado en nuestro país”, comenta el joven. 

Durante este mes ha podido explorar diferentes departamentos como la difusión, la catalogación y documentación o la organización de exposiciones. “Hemos organizado tres exposiciones, una bastante importante que es la de Manuel Azaña, que viene de la Biblioteca Nacional de Madrid y ha sido bastante tediosa de coordinar. Y he estado en la organización de presentaciones de libros o conferencias que han sido interesantes de ver porque es una parte que no se suele pensar que hace un museo, pero la realidad es que tiene mucha más vida que ver exposiciones”, acentúa el estudiante.

El objetivo en estos meses es lograr aprender de las diferentes profesiones para poder escoger un área de especialización y abrirse paso profesionalmente en este ámbito.