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Un recorrido por la historia del Teatro Olimpia de Huesca

El programa 'Vuelta Atrás' recupera el origen y los episodios históricos de este referente cultural y arquitectónico de la capital oscense

ARAGÓN CULTURA /

Aragón fue uno de los territorios donde se libraron algunas de las batallas más cruentas de la Guerra Civil. Multitud de pueblos quedaron prácticamente en ruinas tras los bombardeos de uno y de otro bando. Una de las construcciones que más sufrió en el bombardeo de Huesca fue el Teatro Olimpia, centro neurálgico de la cultura para la sociedad oscense a lo largo de prácticamente un siglo, época en la que el ocio en las ciudades estaba centrado en la vida de los cafés, los casinos y los teatros.

En los primeros años del pasado siglo, Antonio Pié Lacruz, empresario y banquero oscense, detectó una vía de negocio en la explotación cinematográfica, y se planteó la construcción de un teatro, céntrico y dotado de las mejores condiciones para su uso, tanto teatral como cinematográfico. Disponía de dos fincas situadas en el Coso Alto, números 44 y 46, enfrente de donde se ubicaba el Gobierno Civil. Asi nació el Teatro Olimpia, firmado por los arquitectos oscenses Bruno Farina y Enrique Vicenti.

Las obras comenzaron en febrero de 1924 y el teatro se inauguró en junio de 1925, apareciendo reseñas de la obra tanto en la prensa local y regional como nacional. En el estreno del local se proyectó la película 'Para toda la vida', basada en una obra de Jacinto Benavente. Como curiosidad, días antes hubo una amplía campaña publicitaria por parte de la empresa propietaria del Olimpia, con la correspondiente contrapublicidad del Teatro Odeón, que ese mismo día estrenó 'El Jorobado de Nuestra Señora de París', avisando de que era el único día que pasaría el inicio de esta película, e insertando en la primera página de El Diario de Huesca una llamativa publicidad en tinta roja sobreimpresionada encima de las noticias propias del día.

El acto oficial se produjo con la actuación. El día 9 de Junio, de la compañía de ópera del Teatro Real de Madrid, con la presencia estelar del tenor altoaragonés Miguel Fleta, si bien, incluso en los programas, estaban estampadas las fechas del 3 y 4 del mismo mes. El día del estreno interpretó La Bohème, de Puccini, con una fría respuesta del público, en absoluto acostumbrado a este género. El día 10 se programó Rigoletto, de Verdi, y el éxito fue tan impresionante que se convenció a Fleta de que hiciera una actuación más, el 11 de Junio, en la que interpretó una serie variada de conocidas canciones populares y de zarzuela y ópera.

La fachada principal se proyecta bajo órdenes clásicos, al modo de un templo griego con ocho columnas estriadas de orden jónico, y una cartela central tras la que emerge la cabeza de un fauno, como alegoría del teatro. El aforo del teatro es de 990 localidades, divididas en dos plantas: la principal, que corresponde al patio de butacas, y la segunda, con un anfiteatro y plateas.

El escenario se sitúa hacia el Coso Alto, separado de la calle por el vestíbulo, con los accesos al patio de butacas a ambos lados del mismo. Desde aquí se accede así mismo a los pasillo de servicio, en los cuales se colocan las escaleras que dan al anfiteatro. La cabina, perfectamente recogida en el proyecto, se sitúa hacia la calle Sancho Abarca, con acceso directo desde la misma para favorecer la seguridad. 

La decoración interior es ecléctica, mezclando elementos barroquizantes en los antepechos, elementos clásicos en la embocadura y alrededor de la sala, con una serie de figuras al modo de triunfi –doncellas con túnicas, jóvenes en cuadrigas o figuras en los cuatro ángulos del teatro, que responde a los postulados del art decó, que comenzaba a estar en boga en esos años. También la embocadura del teatro se decora con elementos clásicos, rematándose con un frontón sostenido por dos pilastras, en relación directa con la fachada.

Durante el asedio de la ciudad por tropas republicanas en la Guerra Civil, fue bombardeado el edificio, afectando principalmente al escenario y fachada, cuyo frontón fue reconstruido, pero alterando las figuras escultóricas existentes.Definitivamente cierra sus puertas en 2003, tras casi ochenta años de continuada presencia en la vida cultural altoaragonesa. Cine, teatro, ópera y zarzuela, revistas musicales, juegos florales, incluso exhibiciones de gimnasia deportiva, ocuparon y distrajeron a varias generaciones de espectadores. Tras la adquisición de un solar colindante, en 2005 comienza una profunda rehabilitación, auspiciada por la Fundación Anselmo Pié Sopena, que le ha devuelto su protagonismo en la escena cultural oscense.