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Un inédito Sergio Algora en el nuevo número de 'Turia'

Además de publicar uno de los capítulos de una novela cuya publicación quedó truncada por la repentina muerte del zaragozano, la revista analiza su trayectoria creativa,

ARAGÓN CULTURA /
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La revista cultural TURIA otorga en cada uno de sus números un gran protagonismo a los temas y autores vinculados a Aragón. Entre los contenidos del nuevo número recientemente publicado, destaca un amplio artículo en el que se rinde homenaje al escritor y músico zaragozano Sergio Algora, fallecido en 2008 y del que este año se cumple el 50 aniversario de su nacimiento.

Bajo el título de 'Sergio Algora: la mente puesta al sol', Jesús Jiménez Domínguez elabora una excelente aproximación a la personalidad y la obra de quien fue ante todo “un poeta heterodoxo y libre, un verdadero ‘detective salvaje’ al que el oficialismo notarial de las letras aragonesas no pudo domesticar o encasillar y, a veces, entender. Desde siempre, se desentendió de las camarillas literarias de la ciudad y rara vez se dejó ver en las tertulias y menos aún en los círculos institucionales”.

El texto sobre Sergio Algora (Zaragoza, 1969-2008) se inicia con una cita suya muy reveladora: “he escrito todo lo que no he visto. Pero he vivido lo que he escrito y las palabras renacen con otras vidas”. Y es que, para Jesús Jiménez, Algora “fue un náufrago que achicaba sin cesar la barca rebosante de su creatividad. Había una suerte de urgencia inaplazable en “deshacerse” de poemas, cuentos y canciones, como si todos ellos le quitaran tiempo para lo verdaderamente importante: vivir y amar.

Así, en un corto periodo de catorce años, dio a la prensa cinco libros de poesía (“Envolver en humo”, “Paulus e Irene”, “Otro Rey, la misma Reina”, “Cielo ha muerto y “Los versos dictados), dos libros de relatos (“A los hombres de buena voluntady “No tengo el placer), una obra dramática (“La lengua del bosque”) y una docena larga de discos repartidos entre sus grupos El Niño Gusano, Muy Poca Gente, La Costa Brava y Cangrejus (éste publicado póstumamente).”

La revista 'Turia' ofrece, con la autorización de la familia Algora y coincidiendo con la conmemoración del 50 aniversario del nacimiento de Sergio Algora, el capítulo IV de una novela inacabada e inédita del citado escritor y músico aragonés. A continuación, facilitamos un fragmento de ese capítulo.

LA REVISTA

Sergio Algora

Leo vuelve desde la orilla del río a las tiendas de campaña y forma, tiritando y golpeándose con las manos en los brazos para entrar en calor, con el resto de los soldados franceses en una zona árida y repelada detrás de las tiendas. Ha sobrevivido al paso por Alagón, al primer sitio, toma del Convento de San José incluida, y sólo le queda un profundo corte ya cicatrizado sobre la frente como recuerdo. Lleva vivo desde que inició la campaña en Alemania, como la mayoría de sus compañeros de armas.

Es tan continuo el fuego de la artillería sobre la ciudad, que el aire helado arde fecundando los huevos de los insectos. De esas duras y blancas uvas enanas salen moscas verdes que brillan como joyas. Las moscas, tras romper con sus patitas y antenas las cáscaras de sus huevos, salen a visitar a diario cada herida y las infectan para que se sientan vivos los hombres que habitan ese infierno. Las moscas vuelan pesadamente porque, en el calor del sol de un invierno enfermo, se han empachado de sangre y sus patas están rojas y duras como cabezas de pedernal.

El sol matinal molesta porque despierta los olores que almacena la ropa. Llevan nueve días sitiando por segunda vez la ciudad y nadie ha cambiado ni lavado desde entonces los uniformes. Cada soldado transporta sus propios charcos vitales, sus rozaduras, heridas y amputaciones y esa es su verdadera seña de identidad.

De noche, el frío parece que ha hecho desaparecer esos repugnantes aromas y por unas horas la oscuridad, hecha témpano, limpia a la tropa. La noche también tiende una áspera manta sobre los miembros ausentes, para que los heridos puedan dormir sin tener pesadillas. Sin las piernas uno vuelve a Francia. Sin oreja izquierda, sin nariz, sin dedos, se sigue en el sitio.

Leo no ha perdido la esperanza y todas las mañanas escruta el cielo esperando ver alguna señal de su estrella. Por las mañanas se ven sólo aquellas estrellas que están habitadas y él entorna los ojos, como si fuera a afinar la puntería, para intentar distinguir su casa.

Un alférez pasa revista y a ninguno de sus superiores le parece extraño que falten siete soldados.

Del recuento nocturno al de la mañana faltan siete: ¿Cómo se explica eso?, pregunta el alférez Vian.

Sin contar estos últimos, aquella semana han desertado o desaparecido ochenta hombres. La mayoría ya será estiércol para el campo.

Cada hombre es un estuche de abono, dice a menudo el mariscal Moncey.

Que cualquier animal sea más compasivo que vosotros, dice también ese día a la tropa.

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