Las pinturas de Pompeya de Bernardino Montañés

El de Pompeya fue uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes en la historia de la arqueología junto al de la tumba de Tutankamon, 200 años después. Fue precisamente un zaragozano, Roque Joaquín de Alcubierre, ingeniero militar destinado en Nápoles, el que excavó la ciudad de Pompeya en 1748 y sacó a la luz sus restos y los de Herculano.  Un siglo después, en 1849, otro zaragozano: el pintor Bernardino Montañés, viajó hasta Napoles…

Cristina Rubio ha estudiado la figura de Bernardino Montañés, un pintor zaragozano del romanticismo condenado al olvido durante las vanguardias pictóricas de la primera mitad del siglo XX. Los pintores, artistas y literatos de la época se sentían inspirados por los hallazgos arqueológicos. El Vesubio ardiendo era un icono del romanticismo en la época.

El hallazgo de Pompeya obligó a un cambio radical en el concepto que hasta entonces se tenía de la excavación arqueológica, en la que sólo interesaba conseguir piezas artísticas ricas. En Pompeya se podía contemplar la vida romana tal y como fue en su tiempo, y ello iba a permitir un conocimiento histórico insospechado, convirtiendo a la mítica ciudad en arquetipo de la Arqueología Clásica.

Pero el objetivo de Bernardino Montañés al llegar a Pompeya, no era exactamente documentar el yacimiento. Un estilo que se desmarca bastante de sus otros trabajos pictóricos, más enfocados en retratos y pinturas religiosas. Y que obedece a la practicidad por la necesidad del momento. En sus acuarelas, se recoge el testimonio arqueológico y artístico de lo que el Vesubio dejó en pie, incluso detalles y piezas que no se han conservado hasta la actualidad. Un trabajo que posteriormente serviría a los especialistas en Arqueología e Historia del Arte para realizar profundos análisis académicos sobre las ruinas pompeyanas y que, afortunadamente, ha llegado hasta nuestros días.