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'Fahrenheit 451', una distopía demasiado cercana

Ray Bradbury revolucionó el género de la ciencia ficción con su visión poética y metafísica. Su obra sigue vigente incluso siete décadas después de su publicación

ARAGÓN CULTURA /
Escena de la adaptación al cine de la obra de Bradbury, por François Truffaut
icono foto Escena de la adaptación al cine de la obra de Bradbury, por François Truffaut

Una noche de 1949, el escritor Ray Bradbury caminaba tranquilamente hacia su domicilio, cuando un agente de policía lo paró e interrogó sin motivo alguno. El incidente dejó una huella tan profunda en él, que acabó siendo el germen para “The Pedestrian”, un relato de ciencia ficción publicado en 1951, en el que el protagonista es detenido por un coche patrulla sin conductor y trasladado a un centro psiaquiátrico. ¿Su delito? Salir a pasear en una sociedad donde todo el mundo prefiere quedarse en casa viendo la televisión.

‘Fahrenheit 451’ se publicó en 1953 como fruto de todas las inquietudes políticas e intelectuales que asolaban al autor en la época: las quemas masivas de libros organizadas por los nazis, el control de la información, la adicción a las pantallas, el rechazo al pensamiento y la devoción a un estilo de vida caracterizado por el entretenimiento vacío, el consumismo y la lucha de clases.

Bradbury quiso construir una historia que nos invitase a reflexionar sobre la preservación y la destrucción del conocimiento, el conformismo social o la libertad individual, para salir a caminar de noche, para pensar por nosotros mismos o para leer un buen libro.

La historia de ‘Fahrenheit 451’ nos sitúa en un futuro indefinido, en el que los bomberos ya no apagan fuegos, sino que los provocan para hacer desaparecer los libros, objetos prohibidos por el gobierno totalitario. El encuentro entre el bombero Montag y la joven Clarisse que llevó François Truffaut a la pantalla en 1966, desencadena un conflicto interno en el protagonista, que lo hará navegar entre lo permitido y lo prohibido. 

A diferencia de su esposa, rendida a una sociedad superficial, sumida entre pantallas y pastillas para dormir. Una sociedad cuyo objetivo es hacer felices a sus ciudadanos, algo al parecer, incompatible con la lectura. "Leer obliga a pensar y pensar impide ser feliz." Y en el tiempo de Montag, la felicidad es una cuestión de Estado.

Leer a Bradbury en el siglo XXI es adentrarse en una sociedad sorprendentemente parecida a la nuestra, con pantallas que monitorizan los flujos de movimiento mientras interactúan sobre el comportamiento de una población vigilada que ha aceptado no pensar, que ni siquiera se plantea su propia existencia. El autor escribió esta historia alquilando una máquina de escribir por horas y pasando días enteros en bibliotecas para localizar citas que incluir en los diálogos de los personajes.  

Salvado del fuego, el libro arde en la imaginación. Pero en esta terrorífica sociedad hay más de un motivo para quemar sus páginas: la corrección política, la ofensa llevada al absurdo o las ideas sacadas de contexto, suponen una amenaza para la felicidad del ser humano. Bradbury relata que el mundo está lleno de gente corriendo por ahí con cerillas, creyéndose con el derecho o el deber de empapar cualquier cosa de queroseno…

El futuro imaginado por Bradbury nos impacta porque, como dijo Borges en el prólogo de ‘Crónicas Marcianas’, no se trata de algo inaugural o nuevo, sino que refleja el desgaste de lo ya vivido. Al novelista no le faltaron honores en vida, aunque los expertos opinan que quizá fue demasiado original para recibir el Premio Nobel.

Bradbury nos advierte de que, no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe. Por eso, en el centenario de su nacimiento, quizá el mejor homenaje sea leer sus historias, en tiempos de pandemia y fuego digital.

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