Episodio 8. Vuelta a la tierra, agronomía del siglo XXI

“María Josefa, la esposa de Cirilo, asiente con la cabeza y me confirma que la ayuda del huerto a diario es un desahogo y se nota en la economía familiar, pero que aun así la vida está carísima y se ha puesto todo a un precio desorbitado. Comenta que la comida en los 60 era a proporción más barata que la de hoy (…) Afirma rotundamente que en una casa cualquier de las de entonces se comía a diario muchísimas mas legumbres, alimentos cárnicos derivados del cerdo ibérico, además de huevos, patatas y algunas frutas que el campo iba produciendo según la estación y no había que adquirir en la tienda de comestibles, ya que el agricultor las tenía muy a mano.”

La transformación de nuestros pueblos en pequeños islotes de soledad donde el tiempo parece detenido es el hilo conductor del libro El viento derruido del cordobés Alejandro López Andrada, habitante de Los Pedroches andaluces. Un libro lleno de nostalgia y melancolía en el que se habla de lo que queda de esa España despoblada, y que da voz a aquellos que optan por quedarse en ella.

En este ensayo se tratan símbolos rurales como el tren, el verano o la gastronomía. Y toma especial relevancia el contraste entre los métodos agrícolas y ganaderos pasados y los actuales, así como el valor de la alimentación rural.

Muchas tradiciones vinculadas a la agricultura y a la ganadería se perdieron por la modernización. También por la desaparición de algunos usos tradicionales, pero en los últimos años se han ido recuperando algunas. Es el caso del centeno pireinaico.

Federico Fillat, del Instituto Pirenaico de Ecología, rescató hace 30 años los últimos 60 gramos de centeno pirenaico que atesoraban dos abuelas en San Juan de Plan, en el valle de Chistau, en Sobrarbe. Desde hace unos años, la Granja De Montaña Riorcal se dedica a recuperarar, sembrar y cosechar este centeno pirenaico destinando la paja a diferentes usos, como la construcción de tejados tradicionales. La última campaña recogieron unos 4.000 kilos. El proyecto tiene mucho que ver con la despoblación, porque muchos nuevos pobladores se han interesado en cultivar el centeno pirenaico, una semilla que no requiere abonos químicos ni pesticidas, resultando compatible con la salud de los ecosistemas.

“Era aquella una economía de subsistencia y cualquier familia de agricultores o ganaderos, que para el caso daba igual, los gastos de manutención solían ser mínimos. Era en ropa quizá donde más dinero se gastaba: los pantalones de pana y los chalecos, aunque se remendaban con frecuencia, al final terminaban desgastados porque el trabajo en el campo era tan duro que llevaba consigo desgarros en la ropa que, al final, ni la aguja y el hilo solventaban”

La agronomía del siglo XXI ha dado un giro de 180 grados en el último lustro. Aunque en los últimos años había olvidado el bienestar de la tierra y los pueblos centrándose demasiado en las grandes ciudades, ahora se busca construir una economía reconciliada con la naturaleza, sostenible. Desde hace décadas, en ECODES reclamaban una producción y un consumo más responsable. Victor Viñuales es cofundador y Director de Fundación Ecología y Desarrollo y una persona muy concienciada con el cambio del sistema agrario por uno más respetuoso con la tierra y el medioambiente.

La tierra ha sido siempre el sustento del medio rural. Una alimentación basada en lo propio de cada zona, en lo que ofrecía la agricultores y ganaderos de cada pueblo. Aquella comida alejada de los ultraprocesados, que se llegó a ver como una alimentación de gente de clase baja, se ha vuelto a popularizar. La sociedad se ha convencido de que solo volviendo al origen es posible mantener una dieta equilibrada en consonancia con el planeta.

En el valle de Aísa, unas vacas pasan más de seis meses pastando tranquilamente en los montes pirenaicos y alimentándose 100% de manera natural. Ternera del Valle de Aísa son la tercera generación de una familia de ganaderos. Y viendo el futuro que le esperaba a su profesión quisieron aportar valor añadido a su producto: comercializar la carne de su ganadería. Primero online y ahora con una tienda física. Del campo a la mesa, han querido ofrecer al consumidor esa búsqueda de una comida más real, porque cada día cobra una mayor importancia saber qué se consume. Nos acercamos hasta Jaca para conocer a Inma y Bea.

Esas ganas de emprender negocios que aporten un valor añadido a la producción agroalimentaria son las que están devolviendo la vida a lugares aquejados por la despoblación. En la comarca de Belchite, considerada como un desierto demográfico por la baja densidad de población, se sitúa Lécera. Allí quiso volver con tan solo veinte años Noelia Ibáñez, a su pueblo de siempre. Su idea era emprender y dedicarse a un oficio de campo. Ahora, con 23 años ha montado una granja que da cobijo a más de 500 gallinas camperas. Para ella lo importante es criarlas en libertad, ofreciendo un producto que encaja en las tendencias del mercado e intenta volver al sabor tradicional, respetando al máximo el bienestar animal en todo el proceso.  

Dejar el estrés de Barcelona y el amor por lo rural fue lo que llevó a David Rovira y su familia a Nonaspe. Una vuelta a la tierra que empezó con una segunda residencia y que continuó con la búsqueda de un terreno en préstamo donde poder cultiva algo. Se decantó por algo poco común y desconocido en la cocina aragonesa: la okra. Una hortaliza procedente de África y demandada en la zona por la comunidad pakistaní y que vende también en MercaBarna. La agricultura la ha permitido ganar calidad de vida.

Volver al origen, a un modo de vida en contacto con la naturaleza, con una producción responsable, es uno de los motivos que está atrayendo habitantes a zonas despobladas. Este aliciente está permitiendo mantener pueblos con vida. Los productores, los nuevos y los que llevan generaciones dedicándose a la agronomía en los pueblos pequeños, han entendido que solo aportando valor a toda la cadena podrán sobrevivir en el mundo rural actual.