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Crónica de la gripe española en Aragón, un desastre olvidado

El historiador zaragozano Luis Antonio Palacio publica en Comuniter una investigación sobre la incidencia de la gripe española de 1918 en Aragón

ARAGÓN CULTURA /
Detalle de la portada (F. Comuniter)
icono foto Detalle de la portada (F. Comuniter)

Cuando pensábamos que ya lo sabíamos todo sobre la gripe española de 1918, el historiador zaragozano Luis Antonio Palacio sorprende con un volumen que publica la editorial Comuniter en la colección 'Es decir' bajo el título: 'Aragón 1918. La gripe española. Crónica de un desastre olvidado'.

En el volumen relata, a modo de crónica, lo que aconteció en las tres provincias aragonesas durante la epidemia del pasado siglo. A lo largo de sus páginas, el lector descubrirá cómo Apiés fue la primera localidad con contagios en el territorio o cómo los limones se agotaron como el papel higiénico en la actualidad.

El contexto

“La gripe es benigna y muy democrática, pues ataca lo mismo a los altos que a los bajos, igual a los poderosos que a los humildes. Por eso, aunque la epidemia produzca algunas perturbaciones y moleste hay que reconocer que es la epidemia más igualitaria que hemos padecido en Zaragoza.”

Esto decía el Heraldo de Aragón un 2 de junio de 1918. La mal llamada gripe española llevaba en boca de los españoles desde el miércoles 22 de mayo de ese mismo año. Al principio, cuando todavía se desconocían las dimensiones y el alcance de la epidemia, la socarronería e inventiva brotaba entre el populacho. Algunos se referían a la gripe como “la enfermedad de moda” o “la canción del olvido”, título de una popular zarzuela que se representaba esos días, en opinión de muchos tan pegadiza como la gripe, que más tarde pasó a llamarse “el soldado de Nápoles”.

Al finalizar el mes de mayo la gripe afectaba a millares de personas en la capital aragonesa.  El servicio de Correos y las líneas de tranvías funcionaban a medio gas, una decena de agentes de la Policía Urbana estaban enfermos y se sabía de un banco donde se habían contagiado 24 de sus empleados. Los médicos estaban sobrecargados de trabajo –se decía que cada uno de ellos atendía a una media de unos 40 pacientes de gripe diarios–, pero entre la ciudadanía no existía demasiado temor porque los síntomas de la enfer­medad siempre eran leves salvo en el caso de los más ancianos y de los enfermos crónicos. No obstante, algunas personas mejor informadas no las tenían todas consigo.

Un artículo firmado por el doctor Emilio Gil intentaría poner en guardia a la población. Por el momento se desconocían sus causas y orígenes y debido a la escasa virulencia de la enfermedad no consideraba que debieran adoptarse demasiadas medidas preventivas, más allá de las precauciones básicas de mantenerse alejado de los locales públicos mal aireados, lavarse la boca y nariz de vez en cuando con agua oxigenada o cambiar a menudo los pañuelos de bolsillo.

Al comenzar el mes de junio existía constancia de al menos tres mil ca­sos de gripe en Zaragoza y la epidemia llegaba con rapidez a los barrios rurales. Ciento setenta kilómetros al sur, la gripe se extendía a velocidad impa­rable entre la población de Teruel. Por el momento la gente todavía se permitía realizar bromas sobre el asunto: como el con­cierto que la Banda Municipal debía ofrecer en el recinto del ferial la tarde del 3 de junio tuvo que suspenderse porque la mitad de sus componentes estaban enfermos, alguien señaló irónicamente que no les había servido de nada "el soplar hacia afuera". Ese mismo día se supo que la gripe había aparecido en Huesca conta­giando a numerosas personas.

Hoy sabemos que la gripe española se llevó por delante a entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo, 300.000 de ellas en nuestro país y, si ampliamos todavía más el mapa, descubrimos que Aragón no fue de las zonas más castigadas de España pero,  aún así, murieron la nada desdeñable cifra de entre 10.000 y 12.000 personas

La crónica

El historiador Luis Antonio Palacio lleva leyendo sobre pandemias desde hace unos cuatro años, porque el libro ya estaba previsto antes de que la Covid-19 irrumpiese en nuestras vidas: "Fue un encargo de la editorial para el centenario de la gripe española en 2018, pero los avatares de la edición y la pandemia han hecho que salga ahora a la luz", explica el autor en una entrevista en 'La Cadiera', de Aragón Radio.

En Aragón los primeros casos mencionados por la prensa se produjeron en Apiés, cerca de Huesca, y parece ser que la enfermedad fue “transportada” hasta ese pueblo por hermanos oriundos de esa localidad que acababan de llegar desde Barcelona. La verdadera catástrofe se vivió en el mundo rural, mientras que las tres capitales salieron bien paradas. Había localidades como Ibdes, Sástago, Escatrón, Talamantes o Fabara donde la epidemia fue mortífera y dejó imágenes más propias de las pestes medievales, mientras otras poblaciones colindantes no registraron ni un solo caso.

Algunos pueblos optaron por impedir el paso a los forasteros o a gente del mismo pueblo procedente del exterior, como en Nonaspe, pero las medidas eran ilegales y los gobernadores controlaban que esto no sucediese. Palacio sostiene que “las diferencias de recursos entre una época y otra, no han supuesto modificaciones sustanciales en los comportamientos humanos entre la gripe española y el coronavirus”.

También ha encontrado similitudes en otras cuestiones como la resistencia de los gobiernos a aceptar la gravedad del asunto, la multiplicación de bulos y rumores -ayer de boca en boca y hoy a través de las redes sociales o el acaparamiento de algunos productos de primera necesidad. En cuanto a las diferencias, destaca que "no existía una red sanitaria pública ni nada parecido a las actuales UCI's que tantas vidas han salvado en esta pandemia".

La investigación

En la gripe española también hubo héroes y canallas que dieron la espalda a su responsabilidad o huían del peligro. La prensa publicaba relatos y crónicas que enviaban a las capitales los corresponsales locales desde las aldeas más remotas, eran curas o maestros que detallaban el número de víctimas, sus identidades o las medidas adaptadas en cada pueblo por las autoridades locales.

En estas crónicas se ha basado Luis Antonio Palacio para elaborar esta investigación que también ha sacado a la luz historias como la de la suspensión de las Fiestas del Pilar en 1918, que no gustó mucho en algunas esferas: "Hubo muchas presiones y polémicas, incluso amenazas de muerte a concejales partidarios de cancelarlas", relata.

A lo largo de su proceso creativo, el autor ha recorrido varias de las localidades más afectadas por la gripe de 1918, encontrando que su recuerdo "se ha desvanecido entre sus habitantes" y que además, las innumerables personas que dieron lo mejor de sí mismas durante esos días para ayudar a sus convecinos habían sido sistemática olvidadas: "No hay apenas placas ni monumentos erigidos en su honor o calles que lleven sus nombres", afirma. Por eso, sostiene que la gripe española es "un desastre olvidado".

Lo que pasó después de la gripe

En España y en el resto del mundo su paso dejó un tremendo rastro de millones de viudas, huérfanos y fami­lias sumidas en la pobreza. Muchos de los que sobrevivieron a la gripe padecieron de por vida secuelas que iban desde la depresión hasta la fati­ga crónica, pasando por los delirios o la demencia precoz.

Ciertas teorías apuntan a que pudo estar en el origen de una segunda epidemia de encefa­litis letárgica que mató a más de medio millón de personas en unas cuantas semanas. Tampoco puede relacionarse científicamente la epidemia con la explosión demográfica que se produjo durante los años que siguieron a la extinción de la enfermedad.

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Entrevista a Luis Antonio Palacio en 'La Cadiera'
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