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'Aragonautas': Jerónimo Soriano, un pediatra turolense del siglo XVI

Fico Ruiz da a conocer cada semana, en 'La Cadiera' de Aragón Radio, aragoneses ilustres que han caído en el olvido

ARAGÓN CULTURA /
Fragmento de la portada del manual de Jerónimo Soriano, 1600
icono foto Fragmento de la portada del manual de Jerónimo Soriano, 1600

En la antigüedad, un catarro mal curado, una simple rozadura que sangrara y se infectara, la rotura de una muela o cualquier otro problema de salud que en la actualidad únicamente representa una enojosa molestia pasajera no era extraño que desembocara en una segura condena a muerte. Los más expuestos al peligro eran, como cabe suponer, los más débiles. Y entre éstos, el colectivo con mayor número de afectados, con diferencia, era el de los niños, diezmado por la ausencia de condiciones higiénicas y la deficiente alimentación. 

En esa época la Medicina todavía estaba anclada en los escasos tratados grecorromanos que habían logrado franquear el pantanoso filtro de la Edad Media. Uno de los más sorprendentes, admirables y “revolucionarios” de su tiempo se llamó Jerónimo Soriano, y nació y vivió en Teruel. No buscó nunca el beneficio económico ni el reconocimiento académico por la práctica de su trabajo. Su única preocupación fue la de restablecer la salud de los enfermos o, al menos, aliviar sus dolores y mejorar sus condiciones de vida.

Sus escritos tuvieron gran repercusión durante décadas tanto en España como en Europa y América. Y la historia de la Pediatría (un término que no se comenzó a utilizar hasta bien entrado el s. XVIII) no sería la misma sin las aportaciones de Soriano, quien se anticipó en varios siglos a diagnósticos y logros de la Medicina contemporánea.

Jerónimo Soriano y su indispensable obra pediátrica

No se sabe con exactitud la fecha de su nacimiento. Es probable que fuera en torno a 1540, pues en el año 1600 asegura llevar “cuarenta años de ejercicio de la facultad médica”. Debió de cursar estudios superiores tanto en Valencia como en Zaragoza, al parecer con la ayuda económica de un protector llamado Gaspar de Pedro. Pero casi toda su vida profesional transcurrió en la capital turolense. Allí se ocupó de los problemas de salud de pacientes adinerados, aunque sin olvidar nunca a los más desfavorecidos, a quienes atendió de forma gratuita y por los que sintió una especial devoción, hasta el punto de llegar a ser conocido entre sus conciudadanos como señor “san Jerónimo”.

En 1595 llevó a la imprenta su 'Libro de experimentos médicos fáciles y verdaderos, recopilados de gravísimos autores', considerado la más antigua “enciclopedia médica” en castellano, dirigida a un público amplio y no sólo a los especialistas. En cada uno de sus 59 capítulos, explicaba de una forma sencilla y comprensible cómo enfrentarse con remedios caseros a muy diferentes dolencias, desde quemaduras a úlceras pasando por la tiña, la sarna, los dolores menstruales, las molestias del embarazo, los cólicos, las verrugas, las almorranas, el dolor de muelas o de oídos, los piojos, las picaduras de serpientes... e, incluso, la alopecia. 

Pero si su labor como divulgador de enseñanzas médicas fue más que notable, su figura se agiganta en el terreno de la asistencia a la infancia. En 1600 Jerónimo Soriano editó en Zaragoza su obra más conocida: 'Método y orden de curar las enfermedades de los niños', de nuevo en castellano, con un estilo claro e inteligible que limita en lo posible los términos técnicos, además de emplear aragonesismos y sus equivalentes en otras regiones de España para hacerse entender mejor. Soriano se ocupó también del embarazo, el alumbramiento y las primeras semanas de vida. 

La creación del primer hospital infantil

Pero ahí no terminaron sus aportaciones, ni mucho menos, puesto que en las páginas de su libro abordó un extenso catálogo de dolencias infantiles, que aconsejó siempre tratar con los métodos curativos menos agresivos para el paciente. De esta forma diagnosticó la meningitis, los cólicos nefríticos, la dermatitis, el asma, las dificultades respiratorias durante el sueño, las complicaciones cardíacas y hasta las psiquiátricas

Muchas de las tesis de Soriano tuvieron un enorme eco tras la muerte de su autor. Su última obra conoció ediciones ampliadas en 1690, 1697, 1709 y 1721. Y reputados profesionales, como Francisco Pérez Cascales y Luis Mercado, este último médico de Felipe II y Felipe III, se adentraron por las sendas que había desbrozado el genial turolense.

Pero si en algo se adelantó Soriano a su tiempo fue en la creación del primer hospital infantil del que se tiene noticia. En su trato diario observó que los niños precisaban un tipo de atención y un entorno distintos a los requeridos por los adultos, pues ni su cuerpo ni su mente han madurado todavía. Y con dinero de su propio bolsillo organizó un centro que acogió a los más necesitados. Hubo que esperar casi trescientos años para que en las principales capitales de Europa se pusieran en marcha proyectos similares y sus ciudadanos pudieran tener a su alcance lo que consiguieron los turolenses a finales del siglo XVI. 

Sin embargo, el polvo dejado por paso del tiempo no ha logrado ocultarla por completo y, hoy, se le honra en su ciudad natal. En su memoria, se organizan en Teruel unos cursos de Pediatría que llevan su nombre, que también pone título a unas becas para proyectos de investigación que buscan asistir a niños de países subdesarrollados. A su vez, el premio Jerónimo Soriano, distingue el mejor trabajo publicado cada año en la revista 'Anales de Pediatría', órgano oficial de la Asociación Española de Pediatría.

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